Espuela de Galán

Las mujeres a veces plantan
Espuela de Galán en sus patios traseros.
Renuevan con cada primavera sus fuerzas
para cargar el año en los hombros
y con cada nuevo rayo de sol matutino
templan sus pies de plomo y polvaredas.

Las mujeres a veces acostumbran
el morado del ojo a la mano pesada de sus machos.
Conocen los tonos de bases de maquillaje
y de labiales en las ropas trasnochadas.
Aprenden a sorber los mocos sin hacer ningún sonido
mientras las lágrimas ruedan por el escote.

Las mujeres  a veces pasan años
haciéndose a la idea de cruzar los puentes rotos.
Se cansan de los lentes de sol en épocas de lluvia
y de las murmuraciones de las vecinas.
Juntan silencio macilento entre comidas
y devoran el cielo entero con sus ojos cada madrugada.

Las mujeres a veces vacían todas sus máscaras
y se erigen inmutables, con paso firme.
Se marchan a escalar la montaña de sí mismas,
con puñados de semillas juntadas por décadas.
Lo primero que patean al partir,
es una maceta con Espuela de Galán marchita.

 

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